He de confesar que esta es la etapa que menos tiempo me ha robado. Encontrar el GR 94, entre Santiago y Vigo, pasando relativamente cerca de la capital pontevedresa, me facilitó bastante la elección. Este sendero de gran recorrido, también conocido como Rural de Galicia, se le conoce extraoficialmente como “sendero de los puentes”, dado el elevado número de ríos que atraviesa. Con este dato, la decisión estaba tomada: seguiría el GR desde compostela y buscaría un enlace con Pontevedra, aunque bajar a ríos supone cambiar de valle; en fin, un sube-baja continuo. Da igual. La ruta está decidida.
De este modo, nos plantamos en la salida, en el centro de Santiago, con el track guardado y confiando en el buen estado del recorrido “oficial”. Vamos poco a poco dejando atrás el pulso de la ciudad por carreteras solitarias y pistas con marcas de cubiertas de bicicleta. En seguida vemos detrás de unos árboles laautopista AP9 (que curiosamente sale de Vigo y pasa por Pontevedra) y, a unos cientos de metros, llegamos a la altura del peaje. En ese punto decidimos salir del recorrido oficial para darnos una pequeña “alegría” con un sendero que serpentea entre robles y pinos en un denso bosque sin desnivel. Resulta bienvenida esta diversificación, porque a la primera parte del GR nos ofrece un recorrido muy pistero y con sobrecarga de asfalto, si bien es cierto que se salpica de senderos con encanto de forma ocasional.
Así, por asfalto, llegamos al río Ulla, que en vez de atravesar por el área recreativa de O Xirimbao -como reza el texto de Turgalicia, organismo oficial dependiente de la Xunta de donde hemos extraído el track-, lo hace por carretera, dando un rodeo por la población de Pontevea. Nos perdemos la visión de su vistoso puente colgante, además de quitar unos cuantos metros fuera de asfalto al recorrido. Continuamos, ya en concello de A Estrada, con cada vez más tramos sin asfaltar. Pronto nos encontramos con el primero de los momentos que tendremos que echar la bici al hombro. Son tan sólo unos metros, pero resulta desagradable perder el ritmo de pedaleo y rascarse brazos y piernas con los tojos y zarzas. Por otra parte, también hacemos tramos que continúan
marcados con flechas en los árboles y pintadas en el suelo con la leyenda “BTT”, vestigios de algún evento pasado y que quedan como testimonio de la desidia de los organizadores. Eso sí, estos lugares suelen ser los más divertidos y apropiados para nuestro medio de transporte, como parece lógico. Al pasar la población de Arcos, nos adentramos en la montaña, con la ingrata sorpresa de que el camino escogido está impracticable. Toca hacerse un kilómetro y medio con la bici al hombro abriendo camino con ella, separando las telarañas con propietarias de tamaño considerable, lo que hace todavía más pesado el avanzar. Afortunadamente, este mal trago acaba por pasar y pedaleamos unos kilómetros por tierra de nadie, por pistas recónditas, hasta que afrontamos el descenso hacia el río Umia. Y es un descenso de esos que justifican
por sí solos una jornada: se baja por un sendero semioculto entre grandes pistas forestales, por lo que lo cogemos recelosos -aún nos escuecen las canillas-, pero pronto descubrimos que, aunque estrecho, resulta perfectamente ciclable y está plagado de curvas pronunciadas con firme de piedra dispuesta a modo de calzada. ¡Divertido, divertido! Lo malo de llegar a un río es que vuelve a tocar remontar; una vez más, toca subir entre pistas y alguna que otra carretera local, que comunica aldeas por las que podemos encontrar puntos de agua. De este modo circulamos por la parte alta de un nuevo monte, cuando percibimos que nuestra pista parece cerrarse. Unos metros más adelante nos topamos con una curiosa valla baja,
hecha de listones de madera, que delimita un cercado. Comoquiera que el track que seguimos en este tramo es de un organismo oficial, no dudamos en echarnos la bici por encima y seguir hacia adelante. A unos metros se despejó el terreno y pudimos ver unos paneles informativos y caminos perfectos. ¡Un momento! ¡Esto me suena! Pues sí, estamos en el corazón del parque de grabados rupestres deCampo Lameiro, por lo que aprovechamos para sacar unas fotos con petroglifos y con la reconstrucción de un poblado neolítico. No siempre se tiene la oportunidad de ver construcciones con tanta solera... Salimos del parque por una puerta bien disimulada y
realizamos una pequeña bajada en medio de un bosque de árboles autóctonos hasta que cruzamos un pequeño regato. Nos disponemos a subir por pista cuando...¡el track nos desvía! Pero: ¿ahí hay camino? En efecto, volvemos a encontrar un tramo de 900 metros de subida penosa, bici en mano y pasando como podemos árboles caídos sobre el sendero. Da la impresión de que hace bastante tiempo que no pasa nadie por aquí, sinceramente.... Al llegar a la población de Fentáns se acaba el suplicio...y la subida. Comienza una nueva bajada -por un camino llenos de tojos, aunque ciclable- que nos lleva por primera vez al Lérez, que atravesamos por el Puente de San Xurxo, un esbelto puente de un arco del siglo XVIII. De nuevo volvemos a subir y de nuevo lo hacemos por un sendero cerrado. Estrecho, resbaladizo, empinado y con algún árbol caído que hace dificultoso el avance.
Tras este nuevo contratiempo, llegamos a la población de Outeiro y poco a poco, por asfalto, a laN-541, que une Ourense y Pontevedra. Afortunadamente, tan solo la atravesamos, para enlazar con otra carretera de menor rango y tránsito, por la que hacemos la subida. Tras casi dos kilómetros de subida por carretera que coinciden con la ruta 3 del Centro de BTT de Cotobade y que nos vienen de maravilla para recuperar las piernas, llegamos a Cuspedriños, en donde nos desviamos por su carballeira (bosque de robles) para volver a los caminos sin asfaltar. Un nuevo tramo con vegetación y barro, difícilmente ciclable -y más con la que ya llevamos en las piernas-, nos acerca a las pistas forestales del Monte Arcela. En seguida los reconocimos por haber sido parte del recorrido de alguna carrera de mtb maratón,
así que nos animamos y aumentamos el ritmo. Ya con la pendiente descendente, por pistas familiares y buen firme, tan solo nos detienen las magníficas vistas de la ría de Pontevedra que se pueden admirar desde este punto. Tras sacar muchas fotos, vamos descendiendo progresivamente hasta que nos volvemos a encontrar con el río Lérez, que esta vez atravesamos en un curioso puente colgante. A partir de aquí vamos enlazando senderos con encanto hasta llegar al embalse de Bora, momento en el que volvemos a la N-541 por unos metros para poder rodear dicho embalse y acceder al sendero que, durante casi 7 kilómetros, nos lleva a orillas del río Lérez hasta el corazón de Pontevedra, donde terminamos la jornada.
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