Desde el punto final de la anterior etapa, el puente romano, seguimos por el margen derecho del Miño hacia las piscinas de Oira, usando el camino de tierra que va paralelo al río. Al llegar a Oira cogemos un sendero muy entretenido que nos deja en la carretera de Barra de Miño, que seguimos hasta la localidad de Ribela. Todo este tramo lo hacemos sin perder ni un momento de vista el río, que nos regala impresionantes imágenes. En Ribela nos separamos de la carretera para deambular por su embarcadero y sacar unas fotos. Cuando volvemos a la carretera lo hacemos por unos escasos metros, pues pronto entramos
en un sendero tradicional y muy bien conservado, que transcurre igualmente paralelo al Miño y que elconcello de Coles mantiene en perfecto estado. Lo seguimos hasta avistar la estación de tren de Barra de Miño, para seguir más marcas que nos van llegando hacia la población de Os Peares, conocida por ser el punto donde se juntan las aguas del Sil y el Miño (además del río Bubal). A partir de este punto, la jornada discurre muchos kilómetros por la carretera -la LU 1801- que sigue el transcurso del Miño; una carretera absolutamente tranquila, poco transitada por coches y que no pierde nunca la vista del río. Tan solo nos separamos de esta vía para acceder a la iglesia de San Xoan da Cova y a la de Chouzán, monumentos interesantes y con un emplazamiento muy vistoso, por lo que vale la pena el desvío, aparte de los 6 kilómetros por la zona denominada “Cabo do Mundo”, o final del mundo, que por lo visto no estaba en Finisterre. Por este medio llegamos a la aldea de Belesar, que da nombre a uno de los mayores embalses de Miño,
al que subimos inmediatamente ya alternando pistas no asfaltadas con otras en estado precario. De este modo, llegamos al Club Fluvial de Belesar, donde nos detenemos para mirar la magnitud del embalse, lo privilegiado de su emplazamiento y de paso reponer fuerzas en el bar de la sociedad, conscientes de lo que se nos venía encima, que no es sino un devenir por senderos empinados, un continuo sube y baja a partir de este punto, agravado por el calor asfixiante del día. Nos salvan las frecuentes paradas para sacar fotos y ver el paisaje hasta casi hacerlo propio, pero lo cierto es que el pedaleo se hace dificultoso ya a estas alturas del día. Y estamos a mitad de kilometrada. Pero si faltan las fuerzas sobra el entusiasmo. Entre los paisajes, siempre conjugando los viñedos en bancales verticales con el azul del agua del Miño y lo
espectacular de los senderos que nos encontramos, la jornada se hace más llevadera y hasta tomamos con buen humor dos obstáculos que nos encontramos en nuestro camino: un riachuelo remansado que hay que atravesar por la parte superior del muro de contención (de unos 15 cm de ancho) y un muro natural de zarzas que separa un campo de la carretera que nos lleva al área recreativa de Mourulle, lugar al que nos desplazamos para sacar unas fotos desde su mirador. Desde Mourulle volvemos a coger una carretera solitaria, pero en este caso no porque no haya alternativas -como sucedía desde Os Peares hasta Belesar-, sino porque debido a lo accidentado del terreno sería un suicidio acometer tanta subida y bajada con lo que ya llevábamos en el cuerpo. Y lo que aún quedaba. Dejamos la carretera para ascender al Monte da Serra, desde el que se puede admirar un magnífico panorama que la
cámara de fotos no puede recoger, y acometemos una fulgurante bajada por pistas que nos deja a tiro de piedra de Portomarín. Nada más entrar en la localidad, coincidimos con las flechas del Camino de Santiago que apuntan en dirección contraria, hacia Palas de Rey. Nosotros vamos hacia Lugo, así que en seguida -en lo que tarda en pasar un puente- nos olvidamos de la ruta jacobea. A partir de este punto se acaba el asfalto: nuestro camino alterna senderos con pistas para la agricultura, pero siempre evitando las carreteras con una eficacia casi total. De este modo, con las fuerzas ya justas, vamos afrontando las últimas subidas y dejándonos llevar en las bajadas hasta llegar al nivel del río, que durante unos metros es el Neira, ya en su tramo final, cerca de su desembocadura en el Miño. En seguida vemos el sendero que acompaña este último y nos lleva a Lugo: nada más y nada menos que 20 kilómetros nos separan de ese punto, pero ya tan solo hemos de pedalear por esta senda sin desnivel y, eso sí, con bastantes
viandantes, que alterna zonas francas con otras más angostas, pero siempre con ausencia de asfalto u otra cosa que no sea tierra. De este modo llegamos a la pasarela peatonal de San Lázaro, punto de partida de nuestra travesía. Damos por terminada esta aventura con la que posiblemente sea su etapa reina, dado su kilometraje, su desnivel acumulado y las 9 horas de pedaleo que nos ha llevado. Y finalizamos así nuestro periplo que se resume en las siguientes cifras: 6 etapas, 671 km de recorrido total (112 km/etapa de promedio) y un desnivel acumulado total de alrededor de 13.400 m (2.330 m/etapa de promedio). Una ruta que nosotros hemos realizado de esta forma, pero que tu puedes elegir realizarla en más etapas, organizando de la manera que más te guste los lugares de salida y llegada, dado su carácter circular.
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